REFORMAS EN LA IGLESIA DE CLARES DURANTE EL S. XVIII

 



Todavía creen hoy algunos clareños que la fecha de finalización de la iglesia parroquial de Clares, “cuando se acabó de hacer”, se remonta al año 1693, por ser este el año que aparece grabado en el dintel de la ventana de la pared del campanario. Sin embargo, será precisamente a partir de entonces y a lo largo de todo el siglo XVIII cuando el templo se vio inmerso en sucesivas reformas que transformaron por completo su fisonomía para definir prácticamente su aspecto actual.

Aunque, recordemos que la antigüedad de nuestra iglesia es mucho mayor. Así, la primera referencia sobre la iglesia de Clares la hallamos a finales del siglo XII en el Documento de Concordia  firmado entre el Obispo de Sigüenza y los clérigos del Arciprestazgo de Medinaceli en 1197. Lamentablemente, de aquella época, tan solo se conserva hoy la pila bautismal románica, de la que nos ocupamos ya en otro artículo. 

Desde entonces y hasta nuestros días, las obras y reformas llevadas a cabo en el templo fueron, como no podría ser de otra manera, numerosas e importantes, modificándose sucesivamente tanto su aspecto exterior como interior. Así, con el paso de los siglos, la pequeña y primitiva iglesia iría ampliando sus dimensiones, en superficie y en altura, adecuándose a las necesidades de los feligreses y a las nuevas modas artísticas.

En este artículo nos centraremos en esas cuatro profundas obras ejecutadas durante el siglo XVIII y proyectadas respectivamente en 1729, 1754, 1775 y 1781. Para conocerlas, nos basaremos en la documentación conservada en los libros de fábrica de la iglesia de Clares y en el Archivo Diocesano de Sigüenza.


1.- La iglesia antes de 1729

Gracias a la pormenorizada descripción de las obras proyectadas en 1729 que después veremos, podemos tener una idea bastante aproximada de cómo sería el viejo templo y el aspecto y estructura que presentaba hasta aquella fecha.

A la capilla mayor, de planta cuadrada, con una ventana en el muro de levante y otra en el de poniente, y tejado a cuatro aguas, se abría por el Sur una única nave rectangular algo más estrecha y de menor altura (las paredes tendrían unos 6,7 metros) con cubierta a tijera, en cuyo extremo e integrada en ella se ubicaba la torre. El acceso al piso de la tribuna alta y al de las campanas se realizaba a través de un caracol semicircular exterior, adosado a la torre en su lado Oeste. Tanto la capilla mayor como el cuerpo de la iglesia carecían por entonces de bóvedas, quedando a la vista la tradicional techumbre de madera de parhilera.

Contigua a la capilla mayor, en su lado Este y por lo tanto en el opuesto al que ocupa actualmente, se ubicaba una sacristía de planta cuadrangular, con una altura aproximada de sus muros de 3,30 metros. Ésta recibía la luz exterior a través de una ventana en la pared de levante.

Adyacente y a lo largo del muro este de la torre y de la nave de la iglesia, hasta el muro sur de la sacristía, existía también un pórtico exterior cerrado, de menor altura y aproximadamente la mitad de anchura que la nave del templo. A él se entraba desde la calle por una puerta, probablemente situada a la altura del lugar que actualmente ocupa el altar de la Inmaculada. Este pórtico cerrado, tal vez de origen románico, podría servir de resguardo a los feligreses en los días de mal tiempo, o quizás también como refugio a los prófugos de la justicia, ya que la iglesia de Clares fue una iglesia de “asilo”, peculiaridad que todavía puede leerse hoy en la inscripción grabada sobre la cruz de la portada actual.

Iglesia de "asilo"

Desde el pórtico podía accederse al interior de la iglesia a través de dos puertas: la principal, aproximadamente situada frente al actual retablo de la Inmaculada, en el espacio entre las pilastras que separan hoy las dos naves, de sillares con arco de medio punto y moldura; y otra secundaria, ubicada en ese mismo espacio pero más o menos frente a la puerta actual, también de sillares pero con doble arco de medio punto con moldura en el exterior, quizás de época románica.

En cuanto a la pavimentación de la iglesia hasta entonces, los suelos de la capilla mayor y sacristía estaban embaldosados, el de la nave entablado, y el del pórtico era de tierra apisonada. Hasta al menos 1837, el interior de la iglesia fue utilizado sistemáticamente para las inhumaciones de los feligreses, por lo que constantemente el suelo debía ser levantado y vuelto a colocar en cada sepultura. Antes de la reforma de 1730, el espacio funerario se dividía en cuatro “pandas”, tandas, o zonas, según la categoría del enterramiento, lo que repercutía en el precio de la sepultura: la primera tanda la constituía el coro o capilla mayor, la parte más cara; la segunda, el espacio entre la anterior y la entrada al púlpito; y la tercera y última, desde ésta hasta la segunda puerta de la iglesia, incluyéndose también en ella el suelo de la tribuna o coro bajo. Una cuarta tanda se ubicaba fuera del templo, en el cementerio anexo a la iglesia, donde los enterramientos eran de “gratis et amore”.

En el interior del templo había repartidos por sus muros cuatro retablos: el Mayor, dedicado a la Asunción, titular de la iglesia; el de Nuestra Señora de la Cabeza, adosado al muro de poniente de la capilla mayor, en el mismo lugar que hoy está; el del Cristo del Buen Socorro, enfrentado al anterior en la pared de levante de la capilla mayor y junto a la puerta de la sacristía, y el de Nuestra Señora del Rosario, ubicado en el muro de poniente del cuerpo de la iglesia, aproximadamente donde hoy se encuentra. Todavía no existía el retablo dedicado a San Antonio Abad, ni mucho menos el de la Inmaculada.


2.- La reforma de 1729-1730: se incorpora el viejo pórtico 

Ante el mal estado que por esos años presentaba el templo, “hallándose la iglesia de la parroquial de Clares, Jurisdicción de la Villa de Medinaceli, con necesidad de diferentes reparos para su seguridad y decencia”, don Domingo Navarro, cura propio de Balbacil y su anejo Clares, junto con el entonces mayordomo de la iglesia Marcos Orejudo, procederían a encargar al maestro de obras  Blas Colás Julián, natural de Fuentelsaz (Guadalajara), un informe detallado con los costes pormenorizados de las reparaciones que a su juicio deberían realizarse.

Elaborado este presupuesto, el procurador Juan de Cámara, en nombre del citado mayordomo, solicitaría al provisor y vicario general del obispado de Sigüenza la licencia oportuna para que el cura pudiera sacar a subasta pública la ejecución de las obras. Este permiso se obtendría el 8 de junio de 1728, siendo colocado el 15 de julio en la puerta de la iglesia de Clares el edicto redactado en Balbacil por el párroco. En él se convocaba a los maestros de obra interesados para el día 25 de ese mismo mes, anunciándose que la adjudicación sería hecha “a candela encendida, como se estila a hacer en este Obispado, y quedará en el mejor postor”, a quien se le “otorgará escritura pública con fianza a satisfacción de mí, el infrascrito Cura, y del Mayordomo de la dicha iglesia; y nosotros obligación de pagar en tres plazos, principio, medio y fin, la cantidad en que se rematase. De la exposición pública del edicto en la iglesia daría fe el entonces sacristán de Clares Fernando Orejudo.

Llegado el día de la subasta, “en que celebra Nuestra Madre la Iglesia la festividad del Apóstol Santiago”, la obra fue finalmente adjudicada al mismo maestro que la había tasado, Blas Colás Julián, y por la misma cantidad: 1650 reales de vellón. Desconocemos si otros maestros acudieron a la subasta o si fue el único que se presentó.

Pero a pesar de realizarse esta adjudicación, no sería hasta casi un año después, el 24 de mayo de 1729, cuando se firmaría la escritura de la obra  ante Juan de Groba y Velasco, “escribano público de número y ayuntamiento de la villa de Luzón”. En el documento, Blas Colás se comprometía “a hacer y ejecutar la dicha obra y reparos que se expresa y declara en la tasación y condiciones… a toda costa por mi cuenta y a mi riesgo y ventura, sin alterar ni innovar en cosa alguna”. A cambio recibiría los 1650 reales de vellón en las tres pagas iguales fijadas, “con la advertencia que si cualquiera de ellas no estuviesen pronta y por esta causa tuviere detención, ha de ser visto que los daños que se me siguieren y a los oficiales que tuviere los ha de satisfacer la fábrica de dicha iglesia, además de la referida cantidad. Y lo mismo sea y se entienda por mí, el dicho otorgante, en caso de dejar dicha obra o la parte que en ella faltase de hacer, que en este caso el dicho Mayordomo pueda buscar Maestro que la haga, y aquello que más costase lo he de pagar yo de mis bienes y hacienda”

Por su parte, el mayordomo de la iglesia se comprometía en la escritura a pagar puntualmente al maestro los tres plazos señalados, asumiendo además los posibles perjuicios económicos que pudieran derivarse en el caso de tener que paralizarse la obra por demora en los abonos. Para asegurar la efectividad real de estos compromisos, tanto los del maestro como los del mayordomo, se constituiría como fiador y llano pagador de ambos el vecino de Clares Juan García Martínez, comprometiéndose además a avalar con sus propios bienes y hacienda el dinero que pudiese faltar en los pagos. El documento se firmó, ante varios testigos, por los tres intervinientes: Blas Colás, Marcos Orejudo y Juan García.

Escritura de la obra de 1729.

Las obras y reparaciones incluidas en el pliego de condiciones que se comprometió a ejecutar el maestro, fueron las siguientes:

1.- Abrir el hueco necesario en el cuerpo de la iglesia en su pared de poniente, enmarcándolo con piedras de sillería labradas, colocando en él una ventana de madera con su correspondiente vidriera, con una reja y red de hierro por fuera. Después se acordaría no hacer esta ventana por no considerarse realmente útil.

2.- Reedificar de nuevo el estribo que ya existía en esa pared de poniente, por estar “muy demolido”. Debía hacerse “de piedra de sillería en las esquinas, de manera que la mampostería enlace con el calicanto que hoy tiene la iglesia, por arriba y por abajo”.

3.- “Descubrir la esquina de la capilla mayor por la parte de afuera hasta el cimiento y tierra firme, y después se ha de sacar de calicanto hasta la superficie poniendo dos esquinas de sillería nuevas”.

4.- Colocar “una docena de llaves de sillería en tosco en las grietas en la pared de poniente y de mediodía”. Como podemos ver, estas grietas han constituido siempre un verdadero problema en la estabilidad de los muros de la iglesia, estando probablemente motivadas por una deficiente profundidad y solidez en su cimentación, así como por la baja calidad en los materiales utilizados (piedra, cal y arena).

5.- Desmontar en la segunda puerta de la iglesia todo el calicanto desde las dovelas... hasta la carpintería” (del tejado), volviendo a ejecutar los dos arcos (que tenía la portada) y poner tres dovelas en el de afuera con la moldura que le corresponde y una en el de la parte de adentro, nuevas todas, y también dicho calicanto hasta la carpintería, recibiéndola con toda seguridad”.

6.- Demoler la tribuna y rebajarse una vara o vara y media para que pueda la iglesia recibir luz de la ventana del mediodía”. Esta ventana es a la que nos referimos al inicio de este trabajo y que todavía podemos ver hoy en la parte inferior del campanario con la inscripción “A 1693 ÑO” en su dintel. Así pues, antes de esta obra, creemos que el suelo del coro alto estaría casi al ras de la parte inferior de esta ventana, limitando mucho la expansión de la luz hacia el interior del templo. Con el cambio, la nave de la iglesia ganaría en luminosidad, aunque la altura de la tribuna disminuyera.


En la nueva tribuna, que debía construirse mediante el sistema de “bovedillas en la forma que hoy están”, se colocaría como baranda dos soleras de madera labradas con sus correspondientes molduras con cuarenta balaustres torneados. Así mismo, debía rehacerse también “el tabique que hay en la torre por estar amenazando ruina”.

7.- Demolerse un tramo del paredón este de la nave, “desde su puerta principal hasta la esquina de la torre, por estar amenazando ruina”, volviéndose a ejecutar desde los cimientos. Este tramo tenía una longitud de ocho varas (unos 6,7 metros) de largo, por otras ocho de alto hasta el tejado. Como luego veremos, la actuación sobre esta pared provocaría tener que llevar a cabo sobre la marcha una importante modificación de todo el proyecto.

8.- Lucir con yeso la parte interior del paredón anterior, igualándolo con el que entonces tenía la iglesia.

9.- “Demoler la puerta de la sacristía, por estar la piedra que tiene encima rompida y los tranqueros demolidos”, debiendo reedificarse con unas medidas de 6 pies y medio de alto por una vara de ancho (1,75 por 0,83 metros). La nueva puerta a colocar debería ser de madera “entrepañada, con su cerraja y clavazón necesario y su picaporte”.

El suelo de la sacristía estaba más bajo que el de la iglesia, ya que también se incluye en el proyecto la colocación de unas “gradas” de madera en su puerta. Además, debería arreglarse la bovedilla del techo por estar cayéndose. 

Recordemos que la sacristía entonces estaba anexa al lado Este de la capilla mayor, y no en el lado Oeste como hoy se encuentra.

A las obras y reparaciones descritas hasta aquí se añadirían otras no incluidas en el pliego inicial de condiciones que se comprometió a ejecutar el maestro de obras Blas Colás, sin aumento de coste sobre los 1650 reales de vellón previamente ajustados. Estas fueron las siguientes:

1.- Cubrir el osario que entonces existía en la iglesia en su parte norte junto a la sacristía, volviéndolo a edificar de nuevo, “haciendo dos pilares de yesería o incluyendo la viga que ha de recibir el tejado en las esquinas de iglesia y sacristía, y así mismo echar el agua afuera a dicho osario.

2.- Demoler el púlpito existente y reconstruirlo “de yesería arrimado al arco toral” en el lado de la Epístola, con su moldura arriba y abajo”, y otra en el basamento.  El acceso al mismo debería hacerse desde el interior de la sacristía a través de una escalera, también de yesería, con su correspondiente doble puerta con cerradura o cerrojo. Como apreciamos, este púlpito era de obra y no de madera como sería más adelante.

3.- Cambiar la puerta principal “dos varas más arriba, por el inconveniente de la comunicación de aires”, así como cambiar en ella dos dovelas rotas. Creemos que la comunicación se producía al estar esta puerta de la iglesia y la del pórtico enfrentadas una a otra, provocando la entrada directa de corrientes de aire al interior de la iglesia. Al desplazar la puerta hacia la torre, se intentaba solucionar este problema.

Una vez comenzadas las obras, concretamente el 27 de mayo de 1729, después de que el maestro hubiese derribado el paredón citado en el punto 7 de las condiciones anteriores, entre la puerta principal y la esquina de la torre, se encontraría con que “el resto que no había de reedificarse estaba en tan mala forma y calidad como el que se demolió por dicho maestro, y con necesidad de volverse a ejecutar de nuevo”. Comprobado el contratiempo por el cura, éste procedería rápidamente a solicitar la licencia oportuna al obispo de Sigüenza para que, en vez de proseguir con el proyecto inicial, se procediese a derribar completamente dicho paredón para “formar en todo su espacio tres arcos de yesería, con la obligación de echarlos en sus movimientos, sus impostas y basamentos de yesería, dándoles el grueso correspondiente de tres pies, y echándole su aboquillado, así en basamento como cornisamento, bien jarreado, y blanqueados como el resto de la iglesia. Y ejecutada dicha obra, se logra la conveniencia de incluir en el cuerpo de la iglesia un pórtico cerrado que antes tenía de ningún provecho para el servicio de ella, consiguiéndose con esto dar más espacio a dicha iglesia, para que quepa en ella el auditorio, lo que antes se estaba con angustia y apretura por lo pequeña que era”


Espacio del pórtico, hoy nave lateral.

Se estimó que esta nueva propuesta supondría a la obra un gasto añadido de 700 reales de vellón, siendo obligación del maestro además de hacer lo expresado, el “comprar el yeso pardo y blanco, sacar cimientos, formar pilastras, voltear tres arcos, maestraerlos y blanquearlos como lo demás de la iglesia”. Por su parte, los vecinos del pueblo se comprometían a transportar el yeso necesario hasta la obra, traer losas para construir los nuevos arcos, e igualar el nivel del suelo del pórtico con el que tenía la iglesia; unas tareas, se indicaba, “que si se costearan por cuenta de la fábrica, importarían tanto o más que lo principal que el maestro se lleva de hechura y manos de dicha obra nueva”. También el maestro, si se aceptaba la propuesta y sin costo añadido, se comprometía a reubicar la hasta entonces puerta principal de la iglesia en la que ocupaba la del pórtico, “por ser de más obra, primor y lucimiento, y a labrar dos dovelas de sillería y hacerlas nuevas con la moldura correspondiente a las demás que se han de poner”. La sustitución era lógica, ya que tras eliminarse el muro donde estaba y ampliarse la iglesia, era razonable que la mejor portada que existía fuese colocada en el nuevo y único acceso que a partir de entonces tendría el templo. Igualmente, el maestro se ofrecía a trasladar la pila bautismal, “del puesto en que está, al medio de la tribuna, por cuanto embaraza en el lugar donde hoy se halla”, y soterrar su pilastra, construyendo una grada alrededor de ella con sillares en las esquinas , por estar hasta entonces muy alta y desproporcionada”. También debería colocarse una pieza de sillería en su sumidero para hacerlo más pequeño.

Pila bautismal románica.

La licencia para realizar estas modificaciones sobre el proyecto original sería concedida en Molina de Aragón por el obispo de Sigüenza, don José García, casi un mes después de su solicitud, el 30 de junio de 1729, “para que se ponga prontamente en ejecución la obra”.

Tras llevarse a cabo todas las obras durante ese año y el siguiente, la iglesia de Clares aumentó notablemente su espacio interior, al contar desde entonces con dos naves, conllevando una redistribución del uso. Con ello se daría cabida más cómodamente a los 180 habitantes aproximados con que contaba Clares por entonces.

Posteriormente al grueso de esta obra, se efectuaría el entablado del suelo de la nueva nave lateral de la manera que lo estaba la principal, solicitándose al no constar en el contrato una nueva licencia al obispo. El coste de las tablas necesarias sería de 255 reales, a razón de un real por cada tabla, siendo colocadas por un oficial y un peón. Ambos cobrarían, de los seis días que emplearon en hacerlo, 350 y 18 reales respectivamente.

Dieciséis años después de esta importante obra, durante el bienio 1746-47, se procedería a la instalación de un cancel para la puerta de la iglesia que evitara la entrada directa del aire. Este sería comprado en Trillo, invirtiéndose trece días en la instalación y 343 reales en salarios. 

En los años posteriores, se sustituiría en el retablo de nuestra Señora de la Cabeza el viejo lienzo con su imagen por una talla de la misma. El cuadro sería vendido, invirtiéndose el dinero obtenido como ayuda para pagar la compra y colocación de un retablo dedicado a San Antonio Abad. Con ello, el total de retablos subía a cinco.

Retablo de Ntra. Sra. de la Cabeza.

En 1752 se quitarían algunas goteras de la sacristía, pagándose al maestro por hacerlo 30 reales, más un real a un muchacho “por barrer el tejado de la iglesia”.


3.- La reforma de 1754-56: una nueva capilla mayor y sacristía.

El lento pero progresivo deterioro durante siglos de la capilla mayor de la iglesia desembocaría en que, el 29 de agosto de 1754 y a instancias del entonces teniente cura don Pedro Lozano, el concejo vecinal de Clares, “convocado a campana tañida, como lo han de costumbre para tratar y convenir las cosas del gobierno y bien público dirigido al servicio de Dios Nuestro Señor”, se reuniese para tratar la forma de afrontar la ruina total que presentaba. El problema para su reparación radicaba en los insuficientes caudales de los que disponía la iglesia, por lo que el teniente cura pidió para paliarlo la colaboración desinteresada de todos los vecinos: “y así que, constatándole como le constaba ser los individuos de este pueblo tan cristianos, les suplicaba de parte de nuestro Sr. Jesucristo sacramentado, tuviesen la caridad de coadyuvar (o por comunidad o por particulares) a conducir materiales la cantidad que les dictase su devoción para que así se le pueda hacer a su Divina Majestad capilla decente”. El ruego del cura sería escuchado por todos los vecinos de Clares, comprometiéndose con sus firmas a transportar el material necesario hasta pie de obra: “500 fanegas de arena, 100 fanegas de yeso siendo demolido y 6 en piedra, a dos cargas por vecino se entiende de conducción, 20 cargas de piedra cada vecino de mampostería, siendo obligación del maestro que tuviese la obra darla sacada en la cantera”.

Un mes después de la junta vecinal, el 27 de septiembre, el procurador José Arbeteta, en nombre del mayordomo de la iglesia Francisco García, pedía ante el obispado la asignación de un maestro de obras y la autorización correspondiente para poder ejecutar la reedificación de la capilla mayor, describiendo pormenorizadamente el estado ruinoso en el que se encontraba: “que el techo de ella es de madera y está tan quebrantado que los pares  se hallan sentados sobre el retablo mayor, por lo que el peligro que amenaza es preciso, de consejo de maestro, se quite el dicho retablo y otros dos que se hallan en la capilla mayor  y que se pongan apeos, a que concurre hallarse los paredones de poniente, saliente y sacristía muy quebrantados y es preciso demolerlos y hacerlos nuevos, como también la sacristía, y ejecutar en la capilla mayor su media naranja por ser obra permanente y vistosa. Todo lo cual tendrá de costa 8000 reales, para los cuales tiene la iglesia de caudal 3600 reales en dinero, 319 medias y 5 celemines y tres cuartillos de centeno, y 45 medias, 2 celemines y un cuartillo de cebada”.

Nave principal y capilla mayor.

El maestro designado por el obispado para realizar la traza y condiciones de la nueva capilla sería Santiago Armero. Este maestro seguntino pertenecía a la cuarta generación de los Armero, maestros de obras que desarrollaron su trabajo en el obispado de Sigüenza entre 1653 y 1824, siendo probablemente el más destacado de todos ellos. Nacido en 1713 en Sigüenza, ejercería entre 1747 y 1781, trabajando en numerosos pueblos del obispado, entre ellos Codes y Maranchón. 

El 11 de octubre de 1754, con una tasación de la obra en 7800 reales de vellón, el maestro dictaba las siguientes condiciones de ejecución:

1.- Derribar los tres paredones de la capilla mayor, para hacer una nueva cimentación hasta alcanzar tierra firme o roca, aunque advirtiéndose “que si al abrir los cimientos no se halla tierra firme o piedra a tres pies y medio de hondo, el exceso lo ha de pagar la iglesia”. Las zanjas para los cimientos del muro norte, considerado como muro maestro de la obra, debían tener una anchura de 1,25 metros, mientras que la nueva pared construida hasta llegar al metro cuarenta de altura tendría un grosor de 1,10 metros. Aquí se reduciría en unos treinta centímetros, dejando por la parte exterior “un talud de piedra labrado a escoda”. Por su parte, los dos nuevos paredones laterales deberían tener un grosor algo menor: 1,10 metros en la cimentación y 0,96 metros en el muro. Todas las esquinas serían de sillar labrado, mientras que los paramentos se construirían de mampostería, “advirtiendo que la mezcla que se haga de cal para toda esta obra ha de llevar a dos partes de cal, tres de arena”.
Para iluminar el interior de la capilla, debían abrirse dos ventanas de piedra labrada, en los muros de levante y poniente  respectivamente, de 1,11 metros de ancho por 1,53 de alto.

2.- Construir entre la capilla mayor y la nave de la iglesia un nuevo arco toral en piedra de sillería, con una altura de 6,12 metros.

3.- Alcanzada la altura del arco toral, debía asentarse sobre los tres muros y dicho arco una caja de vigas de madera formando un octógono, donde luego arrancaría la cúpula, y desde allí continuar elevando las paredes para alcanzar la altura necesaria hasta albergarla totalmente en su interior. La altura total proyectada desde el suelo de la capilla mayor hasta el vértice de la cúpula sería de 40 pies, unos 11,14 metros .

4.- Acabados los cuatro muros con su correspondiente cornisa de sillería, se procedería sobre ella a construir en madera la armadura del tejado, a cuatro aguas, sobre el que se colocarían las tejas necesarias, “sentando los caballetes y boquillas con buena mezcla de cal”. Finalmente, en el vértice del tejado, se ubicaría un remate de piedra sobre el que “sentar su cruz y veleta de vara y media de alto, con la entrada ”.

5.- Para la edificación de la cúpula de media naranja se utilizarían materiales ligeros como el yeso y la toba, construyendo las lengüetas necesarias. Aunque lamentablemente no se conserva el plano alzado del diseño, sabemos que esta constaba de un sotabanco de 83 centímetros de altura sobre el que se situaban sucesivamente en el anillo: un arquitrabe; un friso guarnecido en yeso con dieciséis cartelas; y la cornisa. Sobre ella se desarrollaba la media naranja propiamente dicha. La superficie de esta mostraba, distribuidos de forma radial, sus correspondientes cinchos y recinchos en un número que desconocemos, aunque bien podrían ser ocho pares. En el centro, coronando la cúpula, se colocaría suspendido de una cadena un florón de yeso y una paloma , símbolo del Espíritu Santo. 

Cúpula de la capilla mayor.


Decoración en el anillo de la cúpula.

Florón y paloma.

6.- Lógicamente, para edificar la capilla mayor, también debía derribarse y construirse de nueva planta la sacristía, en el mismo sitio que ocupaba: contigua al muro este de la capilla mayor y al norte de la nave lateral. La altura de sus paredes debían alcanzar los 3,34 metros, rematándose con una cornisa de sillares labrados idéntica a la de la capilla mayor. El tejado tendría que ser a tres aguas. Para permitir la entrada de luz al interior, en la pared este se abriría una ventana de 83 centímetros de alto por 63 de ancho, “con sus rejas de hierro, vidrieras y redes; las vidrieras han de ser de labor”. Las paredes interiores (como las del resto de la obra) debían enyesarse y blanquearse “con yeso de Medina”, y embaldosarse el suelo tras nivelarlo con el de la capilla mayor . Por su parte, en el techo debía hacerse “un cielo raso con su media caña”

Puesto que fue necesario para realizar las obras demoler el púlpito construido en 1730, también se señalaba en las condiciones que tenía que volverse a construir en el mismo sitio que estaba, junto al arco toral en el lado de la Epístola. De igual forma, una vez concluidas las obras, habría que reubicar “donde convenga”, los retablos desmontados, reconstruyendo las mesas de sus altares. 

El remate de la obra, con la tasación de salida de 7800 reales de vellón que dijimos (descontados los 700 reales en que se valoraron los trabajos a los que se habían comprometido los vecinos), tendría lugar a candela encendida el 2 de noviembre de 1754, quedando finalmente adjudicada al maestro de obras y vecino de Maranchón Santiago Gilaberte, quien se ofreció a ejecutarla por 400 reales menos. 

Este maestro había trabajado ese mismo año como oficial en la obra realizada en la iglesia de Maranchón, a las órdenes directas de Francisco Javier Delgado y bajo la dirección del maestro Santiago Armero. La escritura se firmaría ante el escribano de Luzón, Juan López, el 8 de diciembre , iniciándose pronto los trabajos. Así, el 13 de julio del año siguiente, se abonaría al maestro el segundo pago pactado, informando el cura al obispado del estado de la obra: “está sentado todo el cornisamento de dicha capilla mayor y sacristía, y prevenidos todos los materiales para la carpintería”.

Sin embargo, estando cercana la fecha de finalización, la falta de liquidez de la iglesia de Clares para pagar al maestro el último plazo señalado vendría a suponer un serio problema. El 13 de septiembre de 1755, Andrés Rafael García, cura párroco de Balbacil y de su anejo Clares, explicaba por carta al provisor del obispado los motivos de tal déficit: “a causa de que el trigo que tenía (la iglesia) al tiempo que se concedió la licencia para dicha obra, no se ha vendido con la estimación que se pensaba, pues esta primavera para lograr su despacho se ha porteado a la villa de Cifuentes, y después de pagados los portes  ha salido la fanega por 16 reales poco más o menos, lo que antes no pudo hacerse a causa de los temporales”

Declaración del cura sobre la falta de dinero.

Hasta esa fecha, el maestro había cobrado 5300 reales. Pero además, sin consultar con el obispado, el párroco había encargado a Gilaberte la construcción añadida de un estribo en el muro de poniente y la colocación de una cornisa nueva en la sacristía, lo cual aumentaba el dinero que restaba por pagarle. Por ello, el cura escribía al provisor que, “para salir de esta urgencia, se necesitarán buscar prestados o a censo como 2400 reales”

Para valorar la decisión tomada sin permiso por el párroco, el provisor diocesano ordenaría que nuevamente el maestro Santiago Armero se trasladase a Clares e inspeccionara las obras adicionales acometidas, lo que haría el 2 de octubre de ese año. Cuatro días después, el maestro declaraba que tanto el estribo como la cornisa estaban concluidos, manifestando “que el expresado estribo está bien hecho y es muy esencial para la obra. Igualmente que la cornisa de la referida sacristía, pues aunque la antigua tenía según se ha informado también su cornisa, esta desdecía y no convenía con el perfil del cuerpo de la iglesia, por cuya razón y para que hiciese uniformidad, se le ha manifestado que dicho cura dio orden para la construcción de los referidos aditamientos. Como también que se han ajustado con el referido maestro en 500 reales de vellón, cuya cantidad declara ser su justo valor y precio, y que bien reflexionado antes valen más que menos dicho estribo y la expresada cornisa”.

Oído el dictamen del maestro, el provisor ordenó el 26 de octubre de 1755 a la iglesia de Clares el pago a Santiago Gilaberte, además de los 7400 reales iniciales pactados, de 700 reales más por el pago del estribo y cornisa y otras mejoras realizadas en la cimentación.

Exterior de la capilla mayor y sacristía, hoy.

Parece ser que finalmente los problemas económicos se solucionaron de manera positiva para los intereses de la iglesia de Clares, puesto que unos meses después, el 8 de febrero de 1756, el maestro Santiago Armero daba su informe favorable tras la total finalización de las obras. Como consecuencia de ello, el provisor ordenaba a la iglesia de Clares, el 13 de marzo, gratificar el buen trabajo realizado por el Maestro Gilaberte con 200 reales más . Así pues, el coste total de las obras realizadas, tasadas inicialmente en 7400 reales (sin contar el valor del trabajo vecinal), se dispararían hasta los más de 8300, incluida la gratificación.

Como testimonio de esta obra, en el muro de la capilla mayor por encima de la cúpula se colocaría un sillar con la inscripción grabada “AÑO DE MIL 755”. El mismo que hoy podemos ver desplazado junto a la pila bautismal, y en el que erróneamente muchos creen leer el año 1733.


Durante las dos décadas siguientes, solo se reseñan en el libro de fábrica de la iglesia de Clares gastos menores de mantenimiento, destacando la refundición de una de las campanas  durante el bienio 1760-61, adicionándose además el metal de “un campanillo roto que había estado en la ermita de la Virgen del Lluvio”

Poco tiempo duró esta campana, pues, junto a la otra existente, ambas serían refundidas durante el bienio 1768-69: a la campana “pequeña” le serían añadidas 2 arrobas y 10 libras de metal, mientras que a la “grande” se agregaría algo menos. La fundición de las dos, incluyendo el metal aportado, los trabajos del campanero, yugos, herrajes y ajustes, costaría a la iglesia unos 1356,3 reales de vellón.


4.- La reforma de 1775: se incorpora a la nave lateral la sacristía y se construye una nueva

Llegados a este año, el 29 de marzo, Agustín de Cámara, como procurador del entonces mayordomo de la iglesia, Vicente García, comparecía ante el provisor del obispado para solicitar la licencia de ejecución de una nueva obra en el templo. Esta vez se trataba de reconvertir la sacristía existente en una nueva capilla, añadiéndose así su superficie al espacio destinado al culto, para volver a edificarla adosada a la capilla mayor pero en el lado opuesto, donde hoy se encuentra. Al parecer, la iglesia contaba esta vez “con sobrados caudales para ello”.

La traza y condiciones de la obra fueron realizadas por el maestro de Hinojosa Gabriel García, tasándola en 6000 reales. Las condiciones las redactó y firmó el 8 de mayo:

1.- Realizar la capilla en el lugar donde hasta entonces se situaba la sacristía, Para ello, se elevarían sus paredes del Norte y Este “hasta coger las aguas de la capilla mayor” y se derribaría el muro que la separaba de la capilla mayor, construyendo en su lugar un arco hasta el toral de aquella. Igualmente, se derribaría la pared que separaba la nave lateral y la sacristía, sustituyéndola por otro arco sobre pilastras. De esta forma, el espacio de la sacristía pasaría a formar parte de la cabecera de la llamada media nave o nave lateral, incrementándose aún más la superficie destinada a albergar a los feligreses durante los oficios religiosos.

Nave lateral, tras añadirse la sacristía vieja.

2. Abrir una ventana en el muro este de la nueva capilla, al perderse la que daba luz a la capilla mayor por encima del tejado de la sacristía.

3. Una vez colocada la cornisa de sillería, se procedería a armar el tejado, “cogiendo las bocatejas y caballetes y respaldos con buena mezcla de cal y arena”.

4.- En el interior, el techo de la nueva capilla debería cubrirse mediante una bóveda de tercelete  de yeso y losas, con su adorno, dejándola, al igual que las paredes, bien blanqueada. Así mismo, el suelo debía entablarse “echando a nivel un doblero con el que divide la capilla mayor que sirva de grada, con su bocel  para que guarde simetría”.

5.- Construir la nueva sacristía adosada a la capilla mayor en el lado de poniente, con las paredes de calicanto y esquinas y cornisa de sillería, “y tejado en la misma conformidad que el de la capilla”. Sus dimensiones deberían ser de 3,06 metros de ancho, por 5 de largo y 3,34 de altura. Su techo en el interior debería cubrirse mediante una bóveda de cielo adornada, mientras que el suelo tendría que embaldosarse. Además, para recibir la luz del exterior se abriría una ventana “de sillería y reja, vidriera y red, quedando todo con sus adornos y blanqueos”.

Nueva sacristía edificada en 1775

6.- Para realizar todos los trabajos señalados, se indicaba que la compra y conducción de los materiales utilizados correría por cuenta del maestro.

Añadidos a los trabajos anteriores, se incluirían en la escritura otras obras de menor envergadura, sin aumento de coste para la fábrica, como deshacer el calicanto del muro de levante de la nueva capilla para aumentarlo una vara de altura. También se aprovecharía para tirar un tabique en ruina de la garita de la torre y retejarla, y rehacer las gradas del altar mayor y las mesas de los altares del Santo Cristo y de San Antonio Abad en sus nuevas ubicaciones, las mismas que hoy ocupan.

                              


Las condiciones y traza anteriores fueron revisadas, por orden del provisor diocesano, por el maestro de obras Francisco Javier Delgado. Este maestro habría nacido en torno a 1720, probablemente en Segovia, haciendo como ya vimos su aparición profesional en 1754 como ayudante del maestro Santiago Armero en las obras de la iglesia de Maranchón. Rápidamente ascendería a maestro del obispado, puesto que ocupó hasta 1780. Fallecería en Sigüenza en 1792. 

Una vez que el 7 de mayo de 1775 Delgado diese su visto bueno, el día 29 el obispado concedía la licencia necesaria para ajustar la obra, “con maestro inteligente”. Ese no sería otro que el propio Gabriel García, firmándose la escritura en Luzón el 25 de julio. Los trabajos discurrieron sin incidencias durante el resto del año, y, una vez acabados, el maestro del obispado Santiago Armero (que ya se encargó de realizar la traza y condiciones y declarar el final de la obra en la capilla mayor de 1754), volvió a Clares el 11 de diciembre de 1775 para hacer las comprobaciones finales y dar su aprobado a lo realizado por el maestro de Hinojosa.

Rematando estas obras, en los años siguientes se pintarían los cuatro evangelistas de yesería de las pechinas de la cúpula de la capilla mayor colocados en 1755, el frontal del altar mayor, y se colocaría una barandilla de hierro y un tornavoz en el púlpito.

La poca durabilidad que por entonces tenían las campanas lo atestigua una nueva refundición en 1774 de las dos existentes, y en la que como era habitual colaboró el Concejo sufragando la mitad del coste total, que alcanzó los 2480 reales. Una de estas dos campanas, “la pequeña”, bautizada con el nombre de “Santa Bárbara”, sigue instalada hoy en el campanario en perfecto estado de uso .

Detalle de la campana "Santa Bárbara"


5.- La reforma de 1781-82: reedificación del cuerpo de la iglesia, elevación de la torre y nuevo caracol

A pesar de todos los esfuerzos anteriores, los problemas estructurales en el templo no cesaron. Así, apenas transcurridos seis años desde la anterior reforma, el entonces mayordomo de la iglesia, Pascual Tabernero, y el cura de Balbacil, alarmados ante el hecho de que “dicha iglesia en su mayor parte amenazaba ruina, deseando evitarla y no exponerla a otro mayor daño, llamaron a Agustín López, maestro alarife en la villa de Milmarcos, para su reconocimiento, quien lo ejecutó. Y conforme a su saber y entender, halló necesitar hacerse todas sus paredes nuevamente por amenazar conocida ruina y al mismo tiempo subir la espadaña, embovedar el cuerpo de la iglesia y una nave que está a la entrada de ella”

Por encargo del señor cura, el maestro de obras Agustín López  proyectaría según su criterio la traza  y condiciones de estas obras, que tasó en 12000 reales de vellón, y que fueron presentadas al provisor del obispado el 14 de marzo de 1781 por el procurador Ricardo Antonio Albanel. También, se solicitaba al provisor que dicha traza y condiciones fuesen revisadas por el maestro del obispado Juan Manuel de Cuadra  y que, en el caso de ser correctas, se otorgase directamente licencia para ejecutarlas a Agustín López. Económicamente, se señalaba en la solicitud, la iglesia de Clares disponía de suficientes recursos, al contar con un remanente de 15000 reales.

Las condiciones pormenorizadas redactadas por Agustín López eran las siguientes:

1.- Demoler y reedificar de nuevo los dos paredones del cuerpo de la iglesia: el de la entrada, desde la pared de la capilla nueva incorporada a la iglesia en 1775 hasta la torre; y el de poniente, desde la capilla mayor también hasta la torre. Ambos estaban “muy quebrantados y desplomados”, al no tener de grosor “más que tres palmos”. Para hacer esto, fue necesario desmontar previamente todo el tejado del cuerpo de la iglesia.

Iglesia. Lado de poniente y espadaña, hoy.

2.- Reedificar de nuevo los tres arcos que separaban la nave principal de la lateral, con sus basas de sillería y sus arcos nuevos.

3.- Alcanzada la altura total de los nuevos muros construidos, se procedería a colocar una cubierta de madera, a dos aguas, que unificaría todo el tejado, ya que el de la nave lateral se construiría continuando el nivel del tejado de la nave principal, que, como sabemos, hasta entonces era más alta. Sobre esta armadura, se colocaría la correspondiente chilla, sentando las tejas y “cogiendo las canales en barro y las bocas y caballetes de cal”.

4.- En cuanto a la espadaña, debería recrecerse su altura en 15 pies, unos 4,20 metros, mediante una pared de sillería, dejando en dicha altura sus huecos para las campanas, poniéndole todos sus movimientos como se demuestra (en el alzado) y su cruz en el remate”. También se edificaría una nueva garita en el cuerpo de campanas, asentada sobre un piso construido sobre un tirante colocado encima del arco que dividía la última bóveda.

5.- También en la espadaña, debería abrirse una ventana de 0,55 metros de ancho por 0,70 de alto, con su reja, red y vidriera, igual a otras dos que debían hacerse en el nuevo muro de Levante del cuerpo de la iglesia.

6.- Quitar el cancel y las puertas de entrada a la iglesia, así como un retablo (el de nuestra Señora del Rosario), para una vez concluidas las obras volver a colocarlos.

Retablo de la Virgen del Rosario.

7.- Construir las bóvedas de la nave principal y lateral, dejando todo blanqueado.



8.- Elevar el suelo de la tribuna baja (o coro bajo) unos 55 centímetros sobre el de la iglesia, colocando tres gradas de sillería. Su espacio se cerraría mediante un balaustrado de madera con su correspondiente puerta. “Y lo mismo se hará en la media nave”, es decir, entre la pared de la entrada y la pared de la torre, el mismo espacio ocupado hoy por las escaleras de subida al coro alto y al campanario.

9.- Evidentemente, al ganar altura la torre, debía también elevarse el caracol de acceso externo hasta desembocar sus escaleras en el piso de las campanas.

Lugar donde se encontraba el caracol.

Durante la duración de todas estas obras, para poder continuar celebrando el culto en la zona no afectada, se cerraría con tablas el tránsito entre el arco toral de la capilla mayor y el arco de la capilla añadida a la media nave en 1754, dejando sus correspondientes puertas de acceso.

Una vez revisadas las condiciones de Agustín López por el maestro del obispado Juan Manuel de Cuadra, éste las daría por buenas, añadiendo en su reconocimiento que también debía realizarse, “para la mayor perfección y hermosura, el adornar las bóvedas que demuestra la planta, la de la capilla mayor blanqueándola toda de nuevo, recuadrando de taharragería  los introcinchos de ella. Con este aumento quedará con simetría, como si toda la obra se hubiese hecho a un tiempo”. Desconocemos los motivos, pero sabemos que finalmente el maestro no hizo esta mejora estética en dicha capilla .

Otras adiciones del maestro del obispado a las condiciones iniciales serían subir la altura de los arcos de la media nave unos 62 centímetros y derribar el caracol, en lugar de recrecerlo, para edificarlo de nuevo. Su construcción se pospondría hasta la finalización de las obras generales y su coste no se incluiría en presupuesto, sino que sería sufragado aparte por la fábrica de la iglesia.

Conocemos que al remate de la obra, celebrado en Sigüenza el 24 de abril de 1781, acudieron hasta diez maestros interesados: Manuel Martínez, Juan Antonio Díez Ibáñez y Antonio Soriano, de Medinaceli; José Pérez, de Aragoncillo; Gabriel García, de Hinojosa; Diego Pérez, de Herrería; Juan Manuel de Cuadra, Antonio Sancha y Julián Armero, de Sigüenza; y Agustín López, de Milmarcos. A este último quedaría adjudicada la obra por 11850 reales, firmándose la correspondiente escritura en Milmarcos, el 8 de mayo de ese año. Los trabajos en la iglesia se desarrollarían aproximadamente durante un año y medio.

El 16 de diciembre de 1782, tras visitar el templo, el maestro del obispado Juan Manuel de Cuadra declaraba en Sigüenza el final de obra , expresando “estar perfectamente concluida y ejecutada con arreglo a arte”

Otros trabajos complementarios que se realizarían con un coste adicional para la iglesia, aparte de la edificación del nuevo caracol que hemos citado, sería el entablar el suelo de la iglesia. Se utilizaron en ello 232 tablas y 6 maderas, que costaron 457 reales y 11 maravedís más 324 reales de mano de obra. También se colocaría entonces una nueva portada para la entrada de la iglesia.

Portada de la iglesia.

A pesar de todas estas nuevas obras, algún problema de combado debió presentar casi inmediatamente la nueva cubierta de la iglesia, puesto que en el bienio 1784-85 el maestro Miguel Parra sería contratado para “alzaprimar  el tejado y concluir otras obras pequeñas”. Igualmente, durante el bienio siguiente, el maestro Tomás Colás se encargaría de “componer la bola de la torre  y entablar el coro”.

En los años siguientes, y hasta concluir el siglo XVIII, tan sólo se acometerían labores menores de mantenimiento, ya que los esfuerzos económicos tendrían como objetivo conseguir la erección de un curato propio, separándose de Balbacil , y la construcción de un granero para la iglesia  en previsión de lograrlo. Sólo cabe resaltar la compra en Molina de Aragón entre los años 1794-95 de los dos confesionarios que, aunque en mal estado, todavía hoy podemos ver en la nave lateral.

Uno de los dos confesionarios de 1794.

También se retocaría la imagen del Cristo del Buen Socorro y se le haría una cruz nueva, encargándose de ello el maestro Antonio Muñoz. Como jovial anécdota, en 1793 la iglesia invertiría 5 reales y 28 maravedís para comprar la “media arroba de vino  que se dio a los mozos por allanar la plaza” de la iglesia.

©2023. Antonio Bueno Tabernero.

Artículo con propiedad intelectual registrado en Safe Creative con nº 2309215369543


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