SAQUEOS DE LAS TROPAS DEL ARCHIDUQUE DE AUSTRIA POR EL CAMINO REAL DE ARAGÓN, ENTRE ALCOLEA DEL PINAR Y EMBID, DURANTE LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1702-1713)

 


 

El 1 de noviembre de 1700 se produjo la muerte de Carlos II sin descendencia, habiendo nombrado antes como heredero al trono español al segundo hijo del delfín de Francia y nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou.

Felipe entraría en España, llegando a Madrid el 17 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del agónico reinado de Carlos II, lo recibiría con una alegría exultante. En Toledo sería ungido como rey por el cardenal Portocarrero, siendo proclamado como tal por las Cortes de Castilla reunidas el 8 de mayo de 1701 en el Real Monasterio de San Jerónimo. El 17 de septiembre Felipe V juró los Fueros del Reino de Aragón, para luego dirigirse a Barcelona y jurar sus Constituciones ante las Cortes catalanas[1]. Sin embargo, las Cortes del Reino de Valencia nunca llegaron a convocarse.

La presencia de la dinastía borbónica simultáneamente en Francia y España no sería bien vista por el resto de los países europeos, agrupándose en torno al archiduque Carlos de Austria, a quien preferían como sucesor al trono español. Así, el 7 de septiembre de 1701 se firmaba el Tratado de La Haya que daba nacimiento a la Gran Alianza, integrada por Austria, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y la mayoría de los estados alemanes, y a la que en 1703 se sumarían Portugal y Saboya. En mayo de 1702, la coalición declaraba la guerra a Luis XIV y Felipe V.

El conflicto, que se inició en las fronteras de Francia con los Estados de la Gran Alianza, se trasladaría en 1704 a España, convirtiéndose en una verdadera guerra civil entre los partidarios del archiduque Carlos, defendido por la Corona de Aragón, y los de Felipe de Anjou, defendido por Castilla, aunque en estos territorios hubo defensores y detractores de ambos pretendientes.

Con distintos vaivenes para las aspiraciones de uno y otro bando, la guerra de sucesión se prolongaría hasta la firma del tratado de Utrech en 1713, si bien en Cataluña se alargaría hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715, siendo su consecuencia más visible la instauración de la dinastía borbónica en España.

El desgaste de esta larga guerra afectaría de manera importante a todos los pueblos de la zona próxima a Maranchón, fundamentalmente de dos maneras: primera, debiendo soportar nuevos impuestos creados para financiar la contienda; y segunda, sufriendo los saqueos y pillajes que los ejércitos realizaban en sus desplazamientos por el Camino Real de Aragón que por allí discurría.

En cuanto a los impuestos, volvió a restablecerse el de los Millones[2], que había sido derogado en 1686, imponiéndose además uno nuevo: el Donativo[3], consistente en gravar la tierra de labranza dedicada a ciertos cultivos, los alquileres y propiedades particulares, la posesión de cabezas de ganado mayor y menor, etc.

En referencia a los saqueos sufridos, estos fueron especialmente graves en la zona entre los años 1706 y 1710, después de que las tropas del Archiduque, tras tomar Madrid en sendas ocasiones, se vieron obligados a replegarse hacia Aragón por el hostigamiento de la población madrileña y castellana.

Tal vez y a modo de disculpa, la intención inicial de los oficiales que mandaban estas tropas no fuera el saqueo per se de los pueblos, sino más bien el envío de partidas para hacer acopio de grano para la tropa y los caballos. Algo complicado, teniendo en cuenta la escasa disposición de la población a prestarles ayuda, que derivaría en frecuentes correrías de soldados dedicados al pillaje para hacerse con un botín. En unas ocasiones el objetivo sería las casas, pero en otras, las iglesias, las ermitas o incluso los conventos, todos lugares “sagrados”, donde se almacenaban grandes cantidades de granos procedentes de los diezmos, joyas y objetos de culto valiosos, pero donde también se escondían otros bienes particulares en un intento de resguardarlos de la rapiña de las tropas.

Aunque sabemos que Carlos III intentó atajar estos atropellos, consciente de que le restaban popularidad de cara a su reconocimiento como rey en tierras castellanas, no tendría éxito.


Carlos, Archiduque de Austria, y Felipe de Anjou


Los saqueos y las profanaciones de las tropas austracistas en su retirada están copiosamente documentadas. Así lo demuestra el libro editado en 1711 por el bando vencedor[4], del que hemos seleccionado, entre otros muchos, aquellos sucesos ocurridos en los pueblos y ermitas más próximos al entonces Camino Real de Aragón, en el tramo entre Alcolea del Pinar y Embid. En ellos se aprecia perfectamente la clara intencionalidad de los vencedores por presentar a los derrotados como crueles herejes, mientras que Felipe V aparece como virtuoso rey católico.

“Son muchas las nefandas acciones contra el culto divino y de la religión que ejecutaron dichas tropas del Archiduque, en los pueblos donde llegaron de este obispado[5], siendo común en todos el haber violado y entrado a reconocer las parroquias y ermitas (y algunos conventos), y en las más haberlo ejecutado con violencia y quebrantamiento de puertas, con irrisión de sus imágenes, entrando en muchas a caballo, haciéndolas establos, y ejecutando en especial las cosas siguientes:

Alcolea:

En la villa de Alcolea del Pinar entraron los soldados, quebrantaron las puertas de la iglesia y sacristía y robaron el incensario, naveta, cuchara, cáliz y vinajeras de plata, dieciséis albas[6], cuatro sobrepellices[7], dos frontales[8], ocho amitos[9], y tres cubre cálices; y no llevaron más porque no dieron con ello. Empezaron a descubrir el tabernáculo donde estaba el copón con las formas consagradas, lo cual no consiguieron por no apartarse el cura del altar mayor y haber logrado asistirle un soldado de salvaguardia[10]; y aunque dicho cura solicitó hablar, para este efecto, al conde Staremberg[11], no le quiso dar audiencia. Y también se llevaron muchos bienes, que los vecinos tenían retirados en dicha iglesia.

Aguilar de Anguita:

En el lugar de Aguilar de Anguita, entraron dichos soldados, rompieron las puertas de la iglesia y se llevaron dos sábanas de los altares; también quebrantaron la puerta de la sacristía, y de ella se llevaron dos pares de corporales[12] con sus bolsas, un frontal, el cirio pascual, y dos libras de cera. En la ermita de Nuestra Señora del Rebusto[13] rompieron los graneros y se llevaron hasta dieciséis fanegas de granos del caudal de dicha santa imagen.

Luzón:

En la villa de Luzón, entraron dichos soldados y al cura de la parroquial le dieron con la espada desnuda algunos cintarazos[14] en diferentes ocasiones, sin más motivo que quererlos quietar de las inhumanidades que ejecutaban; y queriendo uno de los dichos soldados forzar a una mujer, el dicho cura le hizo cargo de la grave ofensa que a Dios hacía, a que respondió el soldado: “que solo era una mera fornicación, que no era pecado, y que más podía la naturaleza que la gracia”.

Maranchón:

En el lugar de Maranchón, dichos soldados, rompieron las puertas de la iglesia y se llevaron de ella todas las alhajas que los vecinos tenían allí refugiadas. Y en las ermitas de San Esteban, San Sebastián y San Blas[15], quemaron y derribaron sus puertas e hicieron caballerizas las dichas tres ermitas; maltrataron mucho a los sacerdotes, poniéndolos las manos, dándoles golpes, y amenazándolos de muerte, y al cura le tiró un soldado una estocada, de que le hubiera herido a no haberla resistido un coleto[16] que tenía puesto, y a otro sacerdote le dieron una puñalada en la boca, que le hicieron brotar sangre.

Balbacil y Clares:

En el Lugar de Balbacil, entraron dichos Soldados a caballo en el cementerio de su iglesia, quebrantaron las puertas, y con una cruz que sirve el Viernes Santo y para el Descendimiento, hicieron pedazos las arcas, que en ella habían refugiado los vecinos, llevándose lo que había, y dos cálices, que ellos se recobraron por medio de un soldado portugués[17]. Y en dos ermitas que hay en dicho término y en el de Clares, de Nuestra Señora de la Soledad[18] y otra de Nuestra Señora de Lluvia[19], quebrantaron sus puertas, las hicieron caballerizas y desnudaron a dichas santas imágenes, maltrataron y menospreciaron a los sacerdotes, dando a uno tan cruel bofetada que le tendieron en tierra, y a otro le tiraron una estocada, que por su habilidad libró la vida.

Concha y Anchuela:

En los lugares de Concha y Anchuela, su anexo, entraron dichos soldados y rompieron las puertas de las dos iglesias parroquiales y sus ermitas; y en la iglesia de dicho lugar de Concha quebrantaron un pilar de dentro del sagrario y se llevaron el copón y las formas consagradas, las cuales a otro día halló un presbítero sobre el altar de San Vicente envueltas en un pedazo de pellejo. Y también se llevaron el viril[20] de la custodia y una cajita de plata destinada para llevar a su Divina Majestad a los enfermos. Rompieron otro sagrario en el altar del Dulce Nombre de Jesús y se llevaron los vasos con los Santos Óleos[21]; hicieron saltar a golpes la cerradura de la puerta de la sacristía y entrando en ella, rompieron un cajón y se llevaron dos cálices de plata con sus patenas, cuatro pares de corporales, cinco palias[22], una cortina de delante del sagrario, tres casullas, tres capas de damasco[23], un palio de damasco encarnado y la muceta[24] del mismo género, una banda de tafetán, unas dalmáticas[25] de damasco con galón de plata, tres pendones de damasco, dos frontales, seis albas, tres amitos, cinco manteles de altares, tres sobrepellices, dos roquetes de los acólitos, un paño de púlpito, el incensario, el cirio pascual, veinte libras de cera, dos arrobas de aceite, la harina que había para hacer hostias, y todos los lienzos de altares y aras y la manga de la cruz, que era de damasco guarnecida con galón de plata. Rompieron, también, una urna, y la puerta del archivo del aceite la quitaron y demolieron la linterna, y otros trastos que había dentro.

En las ermitas de Nuestra Señora de la Soledad[26] y de la Asunción[27], entraron y se llevaron siete manteles de altar, una alba, amito y cíngulo[28], cuatro toallas, un paño de seda, y otras cosas menudas, y toda la cera y una arroba de aceite que había para el culto de estas santas imágenes.

En la iglesia de dicho lugar de Anchuela, dichos soldados, rompieron sus puertas y entraron en ella, quebrantaron la del sagrario y se llevaron el copón con las formas consagradas, las cuales no han aparecido, y el viril de la custodia. Rompieron otro sagrario en el altar del Santo Cristo y se llevaron los vasos con los Santos Óleos, que estos se recobraron del cura de Tartanedo, a cuyas manos llegaron por la de un soldado portugués que se los entregó derramado el Santo Óleo, con dos manípulos[29] y un lienzo blando manchado de los Santos Óleos, del cual usaba dicho soldado para limpiarse las narices. Rompieron la puerta de la sacristía y se llevaron un cáliz de plata con su patena, con cucharitas de plata de echar agua en el cáliz; la manzana de la cruz, dos dalmáticas, siete casullas de seda y damasco, una capa y dos mangas de la cruz de lo mismo, seis pares de corporales, dos ante altares, diez amitos, tres albas, la muceta de seda, doce purificadores, nueve manteles de altares, un palio de damasco encarnado, tres sobrepellices, cuatro roquetes, tres paños de los altares, un acetre[30], veinte libras de cera y tres arrobas de aceite.

Y al licenciado Don Juan de Ayunguas, presbítero, le hicieron muchos malos tratamientos, y junto a la iglesia, le quitaron la capa que llevaba puesta, y retirándose a ella y subido a la tribuna, le siguieron algunos de los dichos soldados y le cogieron poniéndole los pies arriba y la cabeza abajo, y en esta forma le tuvieron ya fuera de la tribuna para arrojarle al cuerpo de la iglesia; y lo hubieran ejecutado, a no haber acudido un cabo portugués que los detuvo. Y habiéndose salido de la iglesia dicho presbítero y refugiándose en la casa del cura, le fueron siguiendo, y quitaron las medias, zapatos y montera, y dijeron que hasta la camisa le habían de quitar, lo que dejaron de hacer por haberlos contenido otro soldado portugués.

Tortuera y Embid:

En los lugares de Tortuera y Embid, su anexo, entraron dichos soldados, y con bayonetas caladas fueron a casa del cura diciéndole: “futre, futre, que le llama nuestro general” (que era el Conde Guido Staremberg), le llevaron en cuerpo, como le hallaron, dándole muchos palos todo el tiempo que gastó en llegar desde su casa a la de dicho general, en la cual le metieron en un cuarto donde había otros vecinos, y le tuvieron más de tres horas hasta que bajó dicho general, respondiéndole ásperamente, diciéndole estaba bien informado de que sublevaba a los pueblos con sus sermones, moviendo los ánimos no solo de sus feligreses sino de otros, para inclinarlos al Señor Duque de Anjou, y que era muy digno de castigo; y habiendo visto dicho cura que algunos soldados fueron a la iglesia con hachas en las manos para romper sus puertas, se echó a los pies de dicho general y le pidió que por amor de Dios, pues era tan gran príncipe y católico, no permitiese que la iglesia y templo de Dios se ultrajase, el cual mandó poner dos salvaguardias para que dichos soldados no rompiesen las puertas de dicha iglesia; y saquearon todas las casas de los vecinos y la del cura, quemando las más, y treinta pajares. Pasaron a las ermitas de Nuestra Señora de la Fuente[31] y San Bartolomé[32], quemaron sus puertas y quebrantaron las rejas y se llevaron todos los ornamentos que hallaron en dichas ermitas.

En la iglesia del dicho lugar de Embid quebrantaron las puertas, las del sagrario y las de la sacristía, y se llevaron enteramente todos los ornamentos y demás alhajas que tenía dicha iglesia, y las crismeras con el Santo Óleo, untando con él el pórtico de dicha iglesia, vertiendo lo restante en el suelo; y el teniente cura de dicho lugar, oyó decir, habían derramado en tierra dichos Santos Óleos en el lugar de Torralba de los Frailes, en el reino de Aragón, y a dos presbíteros de dicho lugar los maltrataron, golpearon y robaron sus personas y casas”.


Iglesia de Tartanedo.


Una vez que hemos visto los saqueos y profanaciones en estos pueblos del Camino Real de Aragón entre Alcolea del Pinar y Embid, veremos a continuación, en un apartado diferente y de la misma forma en que aparece al final del citado libro ocupando por su singularidad un capítulo aparte, los hechos que ocurrieron tras la salida de las tropas del pueblo de Tartanedo, situado también en este Camino Real, entre Concha y Tortuera. Un suceso que daría lugar a los conocidos como Santos Misterios de Tartanedo:

El caso prodigioso en el lugar de Tartanedo

“En el día 16 de diciembre del año de 1710, habiendo evacuado el lugar de Tartanedo los soldados de las tropas del Archiduque, pasaron a reconocer una casa desierta e inhabitable, por estar amenazando ruina, donde se habían recogido algunos de dichos soldados (que no consta si eran herejes o católicos), José Martínez, regidor de dicho lugar, y Juan Andrés del Moral, vecino de él, y en un cuarto de dicha casa a un rincón de él y sobre alguna paja y hierba seca, encontraron un lienzo blanco muy sucio y asqueroso, con señales de haberse sonado y limpiado con el los excrementos de las narices, y ensangrentado; y habiéndose cogido sin otro reparo, el dicho Juan Andrés se lo dio a una niña su hija, de edad de ocho a nueve años, la cual le puso en manos de su madre, y mostrándolo esta a unas vecinas y a otro hombre del mismo lugar, advirtieron estar estampadas en el mismo lienzo de color sangre, seis formas, con cuyo motivo llevaron el dicho lienzo al licenciado D. Francisco González, cura propio de aquel lugar, y éste, reconociendo ser corporal, pasó a la casa y sitio donde le dijeron haberse hallado, le reconoció y quemó mucha parte de la yerba y paja sobre que se encontró. Y después en la pila bautismal de su iglesia por sus propias manos, en presencia de dos eclesiásticos de aquel lugar, y de otras muchas otras personas, le lavó repetidas veces con lejías, agua caliente y jabón, consiguiendo desde las primeras quedar el lienzo blanco y limpio de las demás manchas y suciedad que tenía, pero las seis formas, tan esculpidas y señaladas y del mismo color que antes estaban; y continuando la misma diligencia en otros días posteriores hasta lavar el dicho cura el lienzo once veces, se experimentó lo mismo con grande admiración de todos los que concurrieron a verlo, ponderando el cura, que en la primera vez que lavó con agua caliente el referido lienzo, reconoció que despedía un olor como de sangre natural, y que disimulándolo dijo a los otros dos eclesiásticos que con él asistían (y concuerdan en este hecho) que le oliesen y le dijesen a qué olía, a que respondió el uno no tener olfato, y el otro dijo tenía olor a sangre. Y también dice el cura, que en una de las ocasiones que le lavó con lejía muy fuerte, quedaron las estampas de las seis formas tan vivamente ensangrentadas, que quiso hacer experiencia de si se le pegaba o no la sangre llegando un dedo, y que experimentó que no.

Noticioso su majestad, nuestro Felipe Quinto (que Dios guarde) a tiempo que transitó en aquel lugar y oyó misa en su iglesia, llevado de su ardiente celo y devoción, mandó se le sacase esta reliquia y la adoró reconociéndola con grande admiración, y puesto de rodillas en su presencia por espacio de tres credos. Y a breves días llegó a aquel lugar un religioso de la Orden de Nuestra Señora de la Merced Calzado, acompañado de un militar, que se dice ser su hermano y teniente de caballería del Regimiento de Santiago, y entregó al cura (sin decir quién le enviaba) un vaso de plata sobredorado metido en una bolsa de vaqueta de Moscovia[33], para que en él pusiese dicho corporal, diciendo solo que quien le enviaba enviaría a aquella iglesia otras alhajas más preciosas.

Habiendo corrido la noticia de este suceso, de orden de los provisores del obispado de Sigüenza, en sede vacante, pasó el vicario de la villa y arciprestazgo de Molina a hacer justificación de él al dicho lugar de Tartanedo; y habiendo hecho plena información del suceso en la forma que ya va referido, con el cura, los otros dos eclesiásticos, la mujer que llevó al dicho cura el lienzo, los dos que le encontraron y otros dos religiosos, pasó a hacer reconocimiento del referido lienzo, con asistencia del Guardián del Convento Real de San Francisco de la villa de Molina y otro religioso lector en él, el cura del lugar de Hinojosa, el del lugar de Torrubia, un capellán del cabildo eclesiástico de dicha villa de Molina, los dos eclesiásticos del dicho lugar de Tartanedo, y en presencia del notario que de ello dio fe, se halló sin mancha alguna, y esculpidas las seis formas. Y habiéndole lavado en la pila bautismal por el dicho Guardián, éste y los demás nombrados uniformemente declararon tenerle por corporal, por ser un lienzo que de ancho y largo tendrá como dos cuartas y media, con un pespunte de seda encarnada y cuatro flores a los cuatro cantones. Y que habiéndole visto y reconocido antes de lavarle, estaban las dichas formas con un color, que ni bien era blanco ni colorado de sangre; y que después que se lavó, se reconocía sumamente encarnado, de lo cual, y de las experiencias antes hechas, infería y debían presumir ser esto un prodigio de los muchos que la Divina Omnipotencia puede obrar, sin que las criaturas puedan rastrear ni apear su grandeza y misericordia”.

Como vemos, al igual que siglos antes había ocurrido en Daroca[34] o en Bolsena[35] (Italia), entre otros lugares, la leyenda medieval del corporal impreso por las sagradas hostias se repetía ahora aquí, en el pequeño pueblo de Tartanedo ultrajado por los soldados herejes del Archiduque de Austria. Aquel suceso, inexplicable entonces, aquel extraordinario prodigio, al igual que los demás de este tipo, podría tener hoy una explicación científica: el crecimiento de una bacteria en un paño húmedo con restos de harina. En estas condiciones, esta bacteria, llamada Serratia Marcescens, segrega la prodigiosina[36], una sustancia roja que se parece mucho a la sangre humana y que una vez seca deja impregnada la tela. 

De cualquier modo, todavía hoy, para unos será un maravilloso milagro y para otros una simple reacción biológica.

 

©2024 Antonio Bueno Tabernero.


Artículo registrado en Safe Creative 

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NOTAS

[1] Antonio de Ubilla y Medina, Marqués de Rivas, dejaría constancia del viaje en su diario. Ver en: Bueno Tabernero, A.: “Viajeros Ilustres por el Camino Real de Aragón, en el tramo Alcolea del Pinar-Embid”; Amazon, 2020.

[2] Felipe II instauró el llamado servicio o impuesto de Millones en el año 1590, que gravaba el consumo de vino, aceite, vinagre, jabón, carne y las velas de sebo.

[3] Pérez Tabernero, E; Barba Mayoral, M. I.: Historia y Tradiciones de Clares. 1999.

[4] Rubin de Noriega, Miguel; “Resumen y extracto de los sacrilegios, profanaciones, y excesos en lo sagrado, que por las informaciones auténticas, ejecutadas de orden de los Ordinarios eclesiásticos de los obispados de Sigüenza, Cuenca, Osma, y arzobispado de Toledo, se justifica haberse cometido por los soldados y tropas del Archiduque, en los más de los pueblos a donde llegaron, en las dos ocasiones que internaron en este reino de Castilla (por su desgracia) en los años de 1706 y 1710”. Madrid, 1711. 

[5] Sigüenza. El listado de los pueblos del entonces obispado seguntino mencionados son: Barbatona, Moratilla, Alcuneza, Cabrera, Pozancos, Alcolea, Barbolla, Torrecuadradilla, Ariza, Embid (de Ariza), Torrehermosa, Albalate, Cubillejo de la Sierra, Cubillejo del Sitio, Concha y Anchuela, Tortuera y Embid, Cifuentes, Sotoca, Masegoso, Moranchel, Yela, Budia, Solanillos, Valdelagua, Valderebollo, Saelices y Miralrío, Cogollos, Enche, Corvesin, Lodares, Jubera, Lomeda, Medinaceli, Azcamellas, Esteras, Montuenga y Aguilar, Balbacil y Clares, Ures, Maranchón, Villaseca, La Riba de Saelices, Esplegares, Arcos, Aguilar de Anguita y Luzón.

[6] Vestidura o túnica de lienzo blanco que los sacerdotes, diáconos y subdiáconos se ponen sobre el hábito y el amito para celebrar los oficios.

[7] Vestidura blanca y corta que llevan los eclesiásticos sobre la sotana.

[8] Frontal de altar: paramento correspondiente al costado que da a los fieles, que puede ser de distintos materiales: tabla de madera pintada, tejidos bordados, etc.

[9] Lienzo fino, cuadrado y con una cruz en medio, que el preste, el diácono y el subdiácono se ponen sobre la espalda y los hombros para celebrar algunos oficios divinos.

[10] Soldado puesto como vigilante.

[11] Guido Wald Rüdiger, conde de Starhemberg (Graz, 1657 - Viena, 1737). Oficial y militar austriaco. En la Guerra de Sucesión Española combatió en Italia y España, y en 1708 fue declarado Comandante Supremo de las tropas austriacas en España. Junto a James Stanhope y tras las victorias de Almenar y Zaragoza, tomó Madrid en 1710.

[12] Lienzo que se extiende en el altar, encima del ara, para poner sobre él la hostia y el cáliz. Usado más en plural.

[13] Nuestra Señora del Robusto.

[14] Golpe que se da de plano con la espada.

[15] Hoy no queda ninguna de ellas en pie.

[16] Vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura.

[17] Curiosamente y como veremos a lo largo del texto, siempre son soldados portugueses, y por lo tanto católicos, los que permiten recuperar ciertos objetos sagrados desaparecidos.

[18] En el término de Balbacil, hoy desaparecida.

[19] Nuestra Señora del Lluvio, en Clares. Por estos destrozos, en las cuentas de la iglesia de 1712 referidas a los seis años anteriores, se anotan los siguientes gastos para reparaciones en la ermita y la casa del santero que tenía adyacente: 104 reales por el coste y clavazón de un postigo para la ermita; 17 reales por una cerraja, 37 por una puerta para la casa del santero, 48 reales para teja de la casa ya “que la derrotaron los soldados”, y 2 reales más para el mayordomo por limpiar dicha casa.

[20] Caja de cristal con cerquillo de oro o dorado, que encierra la forma consagrada y se coloca en la custodia para la exposición del Santísimo, o que guarda reliquias y se coloca en un relicario.

[21]  Aceite bendecido por el obispo en la misa crismal y utilizado en diversas ceremonias religiosas.

[22] Lienzo que se pone sobre el cáliz, cubriéndolo.

[23] Capa pluvial confeccionada con un tejido de damasco (clase de tejido del tipo sarga o raso).

[24] Esclavina que cubre el pecho y la espalda, y que, abotonada por delante, usan como señal de su dignidad los prelados, doctores, licenciados y ciertos eclesiásticos.

[25] Vestidura litúrgica cristiana que se pone encima del alba, cubre el cuerpo por delante y por detrás, y lleva para tapar los brazos una especie de mangas anchas y abiertas.

[26] En Anchuela.

[27] En Concha.

[28] Cordón o cinta de seda o de lino, con una borla en cada extremo, que sirve para ceñirse el sacerdote el alba.

[29] Ornamento sagrado de la misma hechura de la estola, pero más corto, que por medio de un fiador se sujetaba al antebrazo izquierdo sobre la manga del alba.

[30] Caldero pequeño con asa en que se lleva el agua bendita para las aspersiones litúrgicas.

[31] En Tortuera. En 1567, la Cofradía de la Vera Cruz construyó la ermita de Nuestra Señora de la Fuente.  No fue hasta 1716 que se comenzó a llamar Nuestra Señora de los Remedios.

[32] En Tortuera. Se estima que esta ermita desapareció en 1890 y se ubicaba encima del Pairón de las Ánimas o Calvario.

[33] Piel de ternera curtida, la más fina y cara. Se usaba para tapizar asientos, respaldos y otros objetos. La vaqueta tenía variedades y la más apreciada era la de Moscovia, denominación tradicional en castellano que fue desplazada en el siglo XIX por el galicismo Moscú.

[34] En 1238, Berenguer de Entenza lideraba las tropas llegadas de Daroca, Calatayud y Teruel al sur del Júcar tras la conquista de Valencia por Jaime I. Rodeados por los musulmanes, Berenguer ordenó celebrar una misa a Mosén Mateo, clérigo de Daroca. Al levantar el paño donde se guardaban seis hostias, estas estaban empapadas en sangre. Envalentonados, los cristianos derrotaron a los musulmanes.

[35] El “milagro de Bolsena” se produjo durante una de las misas realizadas en la ciudad. Según parece, el párroco encargado de la ceremonia no creía en la transubstanciación, conocida como “la conversión del pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo”. Es por ello que, cuando llegó el momento de consagrar la hostia, brotó sangre de la misma y manchó sus hábitos como una señal de Dios. Este milagro llevaría al Papa Urbano IV a instituir la festividad de Corpus Christi en 1264.

[36] Kroft, en 1902 aisló este pigmento y le dio el nombre de "prodigiosina" ya que causaba tan curiosos portentos.

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