SAQUEOS DE LAS TROPAS DEL ARCHIDUQUE DE AUSTRIA POR EL CAMINO REAL DE ARAGÓN, ENTRE ALCOLEA DEL PINAR Y EMBID, DURANTE LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1702-1713)
El 1 de noviembre de 1700 se produjo la
muerte de Carlos II sin descendencia, habiendo nombrado antes como heredero al
trono español al segundo hijo del delfín de Francia y nieto de Luis XIV, Felipe
de Anjou.
Felipe entraría en España, llegando a
Madrid el 17 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del agónico
reinado de Carlos II, lo recibiría con una alegría exultante. En Toledo sería
ungido como rey por el cardenal Portocarrero, siendo proclamado como tal por
las Cortes de Castilla reunidas el 8 de mayo de 1701 en el Real Monasterio de
San Jerónimo. El 17 de septiembre Felipe V juró los Fueros del Reino de Aragón,
para luego dirigirse a Barcelona y jurar sus Constituciones ante las Cortes
catalanas[1]. Sin embargo, las Cortes
del Reino de Valencia nunca llegaron a convocarse.
La presencia de la dinastía borbónica simultáneamente
en Francia y España no sería bien vista por el resto de los países europeos,
agrupándose en torno al archiduque Carlos de Austria, a quien preferían como
sucesor al trono español. Así, el 7 de septiembre de 1701 se firmaba el Tratado
de La Haya que daba nacimiento a la Gran Alianza, integrada por Austria,
Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y la mayoría de
los estados alemanes, y a la que en 1703 se sumarían Portugal y Saboya. En mayo
de 1702, la coalición declaraba la guerra a Luis XIV y Felipe V.
El conflicto, que se inició en las
fronteras de Francia con los Estados de la Gran Alianza, se trasladaría en 1704
a España, convirtiéndose en una verdadera guerra civil entre los partidarios
del archiduque Carlos, defendido por la Corona de Aragón, y los de Felipe de
Anjou, defendido por Castilla, aunque en estos territorios hubo defensores y
detractores de ambos pretendientes.
Con distintos vaivenes para las
aspiraciones de uno y otro bando, la guerra de sucesión se prolongaría hasta la
firma del tratado de Utrech en 1713, si bien en Cataluña se alargaría hasta
1714 y en Mallorca hasta 1715, siendo su consecuencia más visible la
instauración de la dinastía borbónica en España.
El desgaste de esta larga guerra afectaría
de manera importante a todos los pueblos de la zona próxima a Maranchón,
fundamentalmente de dos maneras: primera, debiendo soportar nuevos impuestos
creados para financiar la contienda; y segunda, sufriendo los saqueos y
pillajes que los ejércitos realizaban en sus desplazamientos por el Camino Real
de Aragón que por allí discurría.
En cuanto a los impuestos, volvió a
restablecerse el de los Millones[2], que había sido derogado
en 1686, imponiéndose además uno nuevo: el Donativo[3], consistente en gravar la
tierra de labranza dedicada a ciertos cultivos, los alquileres y propiedades particulares,
la posesión de cabezas de ganado mayor y menor, etc.
En referencia a los saqueos sufridos,
estos fueron especialmente graves en la zona entre los años 1706 y 1710,
después de que las tropas del Archiduque, tras tomar Madrid en sendas
ocasiones, se vieron obligados a replegarse hacia Aragón por el hostigamiento
de la población madrileña y castellana.
Tal vez y a modo de disculpa, la intención
inicial de los oficiales que mandaban estas tropas no fuera el saqueo per se de
los pueblos, sino más bien el envío de partidas para hacer acopio de grano para
la tropa y los caballos. Algo complicado, teniendo en cuenta la escasa
disposición de la población a prestarles ayuda, que derivaría en frecuentes correrías
de soldados dedicados al pillaje para hacerse con un botín. En unas ocasiones el
objetivo sería las casas, pero en otras, las iglesias, las ermitas o incluso los
conventos, todos lugares “sagrados”, donde se almacenaban grandes cantidades de
granos procedentes de los diezmos, joyas y objetos de culto valiosos, pero
donde también se escondían otros bienes particulares en un intento de resguardarlos
de la rapiña de las tropas.
Aunque sabemos que Carlos III intentó atajar estos atropellos, consciente de que le restaban popularidad de cara a su reconocimiento como rey en tierras castellanas, no tendría éxito.
Carlos, Archiduque de Austria, y Felipe de Anjou |
Los saqueos y las profanaciones de las
tropas austracistas en su retirada están copiosamente documentadas. Así lo
demuestra el libro editado en 1711 por el bando vencedor[4], del que hemos
seleccionado, entre otros muchos, aquellos sucesos ocurridos en los pueblos y
ermitas más próximos al entonces Camino Real de Aragón, en el tramo entre
Alcolea del Pinar y Embid. En ellos se aprecia perfectamente la clara
intencionalidad de los vencedores por presentar a los derrotados como crueles herejes,
mientras que Felipe V aparece como virtuoso rey católico.
“Son muchas las nefandas acciones contra
el culto divino y de la religión que ejecutaron dichas tropas del Archiduque,
en los pueblos donde llegaron de este obispado[5], siendo común en todos el
haber violado y entrado a reconocer las parroquias y ermitas (y algunos
conventos), y en las más haberlo ejecutado con violencia y quebrantamiento de
puertas, con irrisión de sus imágenes, entrando en muchas a caballo,
haciéndolas establos, y ejecutando en especial las cosas siguientes:
Alcolea:
En la villa de Alcolea del Pinar entraron los
soldados, quebrantaron las puertas de la iglesia y sacristía y robaron el
incensario, naveta, cuchara, cáliz y vinajeras de plata, dieciséis albas[6], cuatro sobrepellices[7], dos frontales[8], ocho amitos[9], y tres cubre cálices; y
no llevaron más porque no dieron con ello. Empezaron a descubrir el tabernáculo
donde estaba el copón con las formas consagradas, lo cual no consiguieron por
no apartarse el cura del altar mayor y haber logrado asistirle un soldado de
salvaguardia[10];
y aunque dicho cura solicitó hablar, para este efecto, al conde Staremberg[11], no le quiso dar
audiencia. Y también se llevaron muchos bienes, que los vecinos tenían
retirados en dicha iglesia.
Aguilar
de Anguita:
En el lugar de Aguilar de Anguita,
entraron dichos soldados, rompieron las puertas de la iglesia y se llevaron dos
sábanas de los altares; también quebrantaron la puerta de la sacristía, y de
ella se llevaron dos pares de corporales[12] con sus bolsas, un
frontal, el cirio pascual, y dos libras de cera. En la ermita de Nuestra Señora
del Rebusto[13]
rompieron los graneros y se llevaron hasta dieciséis fanegas de granos del
caudal de dicha santa imagen.
Luzón:
En la villa de Luzón, entraron dichos
soldados y al cura de la parroquial le dieron con la espada desnuda algunos
cintarazos[14]
en diferentes ocasiones, sin más motivo que quererlos quietar de las
inhumanidades que ejecutaban; y queriendo uno de los dichos soldados forzar a
una mujer, el dicho cura le hizo cargo de la grave ofensa que a Dios hacía, a
que respondió el soldado: “que solo era una mera fornicación, que no era
pecado, y que más podía la naturaleza que la gracia”.
Maranchón:
En el lugar de Maranchón, dichos soldados,
rompieron las puertas de la iglesia y se llevaron de ella todas las alhajas que
los vecinos tenían allí refugiadas. Y en las ermitas de San Esteban, San
Sebastián y San Blas[15], quemaron y derribaron
sus puertas e hicieron caballerizas las dichas tres ermitas; maltrataron mucho
a los sacerdotes, poniéndolos las manos, dándoles golpes, y amenazándolos de
muerte, y al cura le tiró un soldado una estocada, de que le hubiera herido a
no haberla resistido un coleto[16] que tenía puesto, y a
otro sacerdote le dieron una puñalada en la boca, que le hicieron brotar
sangre.
Balbacil
y Clares:
En el Lugar de Balbacil, entraron dichos
Soldados a caballo en el cementerio de su iglesia, quebrantaron las puertas, y
con una cruz que sirve el Viernes Santo y para el Descendimiento, hicieron
pedazos las arcas, que en ella habían refugiado los vecinos, llevándose lo que
había, y dos cálices, que ellos se recobraron por medio de un soldado portugués[17]. Y en dos ermitas que hay
en dicho término y en el de Clares, de Nuestra Señora de la Soledad[18] y otra de Nuestra Señora
de Lluvia[19],
quebrantaron sus puertas, las hicieron caballerizas y desnudaron a dichas
santas imágenes, maltrataron y menospreciaron a los sacerdotes, dando a uno tan
cruel bofetada que le tendieron en tierra, y a otro le tiraron una estocada,
que por su habilidad libró la vida.
Concha
y Anchuela:
En los lugares de Concha y Anchuela, su
anexo, entraron dichos soldados y rompieron las puertas de las dos iglesias
parroquiales y sus ermitas; y en la iglesia de dicho lugar de Concha
quebrantaron un pilar de dentro del sagrario y se llevaron el copón y las
formas consagradas, las cuales a otro día halló un presbítero sobre el altar de
San Vicente envueltas en un pedazo de pellejo. Y también se llevaron el viril[20] de la custodia y una
cajita de plata destinada para llevar a su Divina Majestad a los enfermos.
Rompieron otro sagrario en el altar del Dulce Nombre de Jesús y se llevaron los
vasos con los Santos Óleos[21]; hicieron saltar a golpes
la cerradura de la puerta de la sacristía y entrando en ella, rompieron un
cajón y se llevaron dos cálices de plata con sus patenas, cuatro pares de corporales,
cinco palias[22],
una cortina de delante del sagrario, tres casullas, tres capas de damasco[23], un palio de damasco
encarnado y la muceta[24] del mismo género, una
banda de tafetán, unas dalmáticas[25] de damasco con galón de
plata, tres pendones de damasco, dos frontales, seis albas, tres amitos, cinco
manteles de altares, tres sobrepellices, dos roquetes de los acólitos, un paño
de púlpito, el incensario, el cirio pascual, veinte libras de cera, dos arrobas
de aceite, la harina que había para hacer hostias, y todos los lienzos de
altares y aras y la manga de la cruz, que era de damasco guarnecida con galón
de plata. Rompieron, también, una urna, y la puerta del archivo del aceite la
quitaron y demolieron la linterna, y otros trastos que había dentro.
En las ermitas de Nuestra Señora de la
Soledad[26] y de la Asunción[27], entraron y se llevaron
siete manteles de altar, una alba, amito y cíngulo[28], cuatro toallas, un paño
de seda, y otras cosas menudas, y toda la cera y una arroba de aceite que había
para el culto de estas santas imágenes.
En la iglesia de dicho lugar de Anchuela,
dichos soldados, rompieron sus puertas y entraron en ella, quebrantaron la del
sagrario y se llevaron el copón con las formas consagradas, las cuales no han
aparecido, y el viril de la custodia. Rompieron otro sagrario en el altar del
Santo Cristo y se llevaron los vasos con los Santos Óleos, que estos se
recobraron del cura de Tartanedo, a cuyas manos llegaron por la de un soldado
portugués que se los entregó derramado el Santo Óleo, con dos manípulos[29] y un lienzo blando
manchado de los Santos Óleos, del cual usaba dicho soldado para limpiarse las
narices. Rompieron la puerta de la sacristía y se llevaron un cáliz de plata
con su patena, con cucharitas de plata de echar agua en el cáliz; la manzana de
la cruz, dos dalmáticas, siete casullas de seda y damasco, una capa y dos
mangas de la cruz de lo mismo, seis pares de corporales, dos ante altares, diez
amitos, tres albas, la muceta de seda, doce purificadores, nueve manteles de
altares, un palio de damasco encarnado, tres sobrepellices, cuatro roquetes,
tres paños de los altares, un acetre[30], veinte libras de cera y
tres arrobas de aceite.
Y al licenciado Don Juan de Ayunguas,
presbítero, le hicieron muchos malos tratamientos, y junto a la iglesia, le
quitaron la capa que llevaba puesta, y retirándose a ella y subido a la
tribuna, le siguieron algunos de los dichos soldados y le cogieron poniéndole
los pies arriba y la cabeza abajo, y en esta forma le tuvieron ya fuera de la tribuna
para arrojarle al cuerpo de la iglesia; y lo hubieran ejecutado, a no haber
acudido un cabo portugués que los detuvo. Y habiéndose salido de la iglesia
dicho presbítero y refugiándose en la casa del cura, le fueron siguiendo, y
quitaron las medias, zapatos y montera, y dijeron que hasta la camisa le habían
de quitar, lo que dejaron de hacer por haberlos contenido otro soldado
portugués.
Tortuera
y Embid:
En los lugares de Tortuera y Embid, su
anexo, entraron dichos soldados, y con bayonetas caladas fueron a casa del cura
diciéndole: “futre, futre, que le llama nuestro general” (que era el Conde
Guido Staremberg), le llevaron en cuerpo, como le hallaron, dándole muchos
palos todo el tiempo que gastó en llegar desde su casa a la de dicho general,
en la cual le metieron en un cuarto donde había otros vecinos, y le tuvieron
más de tres horas hasta que bajó dicho general, respondiéndole ásperamente,
diciéndole estaba bien informado de que sublevaba a los pueblos con sus
sermones, moviendo los ánimos no solo de sus feligreses sino de otros, para
inclinarlos al Señor Duque de Anjou, y que era muy digno de castigo; y habiendo
visto dicho cura que algunos soldados fueron a la iglesia con hachas en las
manos para romper sus puertas, se echó a los pies de dicho general y le pidió que
por amor de Dios, pues era tan gran príncipe y católico, no permitiese que la
iglesia y templo de Dios se ultrajase, el cual mandó poner dos salvaguardias
para que dichos soldados no rompiesen las puertas de dicha iglesia; y saquearon
todas las casas de los vecinos y la del cura, quemando las más, y treinta
pajares. Pasaron a las ermitas de Nuestra Señora de la Fuente[31] y San Bartolomé[32], quemaron sus puertas y
quebrantaron las rejas y se llevaron todos los ornamentos que hallaron en
dichas ermitas.
En la iglesia del dicho lugar de Embid
quebrantaron las puertas, las del sagrario y las de la sacristía, y se llevaron
enteramente todos los ornamentos y demás alhajas que tenía dicha iglesia, y las
crismeras con el Santo Óleo, untando con él el pórtico de dicha iglesia,
vertiendo lo restante en el suelo; y el teniente cura de dicho lugar, oyó
decir, habían derramado en tierra dichos Santos Óleos en el lugar de Torralba
de los Frailes, en el reino de Aragón, y a dos presbíteros de dicho lugar los
maltrataron, golpearon y robaron sus personas y casas”.
Iglesia de Tartanedo. |
Una vez que hemos visto los saqueos y
profanaciones en estos pueblos del Camino Real de Aragón entre Alcolea del
Pinar y Embid, veremos a continuación, en un apartado diferente y de la misma
forma en que aparece al final del citado libro ocupando por su singularidad un
capítulo aparte, los hechos que ocurrieron tras la salida de las tropas del
pueblo de Tartanedo, situado también en este Camino Real, entre Concha y
Tortuera. Un suceso que daría lugar a los conocidos como Santos Misterios de
Tartanedo:
El
caso prodigioso en el lugar de Tartanedo
“En el día 16 de diciembre del año de
1710, habiendo evacuado el lugar de Tartanedo los soldados de las tropas del
Archiduque, pasaron a reconocer una casa desierta e inhabitable, por estar
amenazando ruina, donde se habían recogido algunos de dichos soldados (que no
consta si eran herejes o católicos), José Martínez, regidor de dicho lugar, y
Juan Andrés del Moral, vecino de él, y en un cuarto de dicha casa a un rincón
de él y sobre alguna paja y hierba seca, encontraron un lienzo blanco muy sucio
y asqueroso, con señales de haberse sonado y limpiado con el los excrementos de
las narices, y ensangrentado; y habiéndose cogido sin otro reparo, el dicho
Juan Andrés se lo dio a una niña su hija, de edad de ocho a nueve años, la cual
le puso en manos de su madre, y mostrándolo esta a unas vecinas y a otro hombre
del mismo lugar, advirtieron estar estampadas en el mismo lienzo de color
sangre, seis formas, con cuyo motivo llevaron el dicho lienzo al licenciado D.
Francisco González, cura propio de aquel lugar, y éste, reconociendo ser
corporal, pasó a la casa y sitio donde le dijeron haberse hallado, le reconoció
y quemó mucha parte de la yerba y paja sobre que se encontró. Y después en la
pila bautismal de su iglesia por sus propias manos, en presencia de dos
eclesiásticos de aquel lugar, y de otras muchas otras personas, le lavó
repetidas veces con lejías, agua caliente y jabón, consiguiendo desde las
primeras quedar el lienzo blanco y limpio de las demás manchas y suciedad que
tenía, pero las seis formas, tan esculpidas y señaladas y del mismo color que
antes estaban; y continuando la misma diligencia en otros días posteriores
hasta lavar el dicho cura el lienzo once veces, se experimentó lo mismo con
grande admiración de todos los que concurrieron a verlo, ponderando el cura,
que en la primera vez que lavó con agua caliente el referido lienzo, reconoció
que despedía un olor como de sangre natural, y que disimulándolo dijo a los
otros dos eclesiásticos que con él asistían (y concuerdan en este hecho) que le
oliesen y le dijesen a qué olía, a que respondió el uno no tener olfato, y el
otro dijo tenía olor a sangre. Y también dice el cura, que en una de las
ocasiones que le lavó con lejía muy fuerte, quedaron las estampas de las seis
formas tan vivamente ensangrentadas, que quiso hacer experiencia de si se le
pegaba o no la sangre llegando un dedo, y que experimentó que no.
Noticioso su majestad, nuestro Felipe
Quinto (que Dios guarde) a tiempo que transitó en aquel lugar y oyó misa en su
iglesia, llevado de su ardiente celo y devoción, mandó se le sacase esta
reliquia y la adoró reconociéndola con grande admiración, y puesto de rodillas
en su presencia por espacio de tres credos. Y a breves días llegó a aquel lugar
un religioso de la Orden de Nuestra Señora de la Merced Calzado, acompañado de
un militar, que se dice ser su hermano y teniente de caballería del Regimiento
de Santiago, y entregó al cura (sin decir quién le enviaba) un vaso de plata
sobredorado metido en una bolsa de vaqueta de Moscovia[33], para que en él pusiese
dicho corporal, diciendo solo que quien le enviaba enviaría a aquella iglesia
otras alhajas más preciosas.
Habiendo corrido la noticia de este
suceso, de orden de los provisores del obispado de Sigüenza, en sede vacante,
pasó el vicario de la villa y arciprestazgo de Molina a hacer justificación de
él al dicho lugar de Tartanedo; y habiendo hecho plena información del suceso
en la forma que ya va referido, con el cura, los otros dos eclesiásticos, la
mujer que llevó al dicho cura el lienzo, los dos que le encontraron y otros dos
religiosos, pasó a hacer reconocimiento del referido lienzo, con asistencia del
Guardián del Convento Real de San Francisco de la villa de Molina y otro
religioso lector en él, el cura del lugar de Hinojosa, el del lugar de
Torrubia, un capellán del cabildo eclesiástico de dicha villa de Molina, los
dos eclesiásticos del dicho lugar de Tartanedo, y en presencia del notario que
de ello dio fe, se halló sin mancha alguna, y esculpidas las seis formas. Y
habiéndole lavado en la pila bautismal por el dicho Guardián, éste y los demás
nombrados uniformemente declararon tenerle por corporal, por ser un lienzo que
de ancho y largo tendrá como dos cuartas y media, con un pespunte de seda
encarnada y cuatro flores a los cuatro cantones. Y que habiéndole visto y
reconocido antes de lavarle, estaban las dichas formas con un color, que ni
bien era blanco ni colorado de sangre; y que después que se lavó, se reconocía
sumamente encarnado, de lo cual, y de las experiencias antes hechas, infería y
debían presumir ser esto un prodigio de los muchos que la Divina Omnipotencia
puede obrar, sin que las criaturas puedan rastrear ni apear su grandeza y
misericordia”.
Como vemos, al igual que siglos antes
había ocurrido en Daroca[34] o en Bolsena[35] (Italia), entre otros
lugares, la leyenda medieval del corporal impreso por las sagradas hostias se
repetía ahora aquí, en el pequeño pueblo de Tartanedo ultrajado por los
soldados herejes del Archiduque de Austria. Aquel suceso, inexplicable
entonces, aquel extraordinario prodigio, al igual que los demás de este tipo,
podría tener hoy una explicación científica: el crecimiento de una bacteria en
un paño húmedo con restos de harina. En estas condiciones, esta bacteria,
llamada Serratia Marcescens, segrega la prodigiosina[36], una sustancia roja que
se parece mucho a la sangre humana y que una vez seca deja
impregnada la tela.
De cualquier modo, todavía hoy, para unos
será un maravilloso milagro y para otros una simple reacción biológica.
©2024 Antonio Bueno Tabernero.
Artículo registrado en Safe Creative
con nº 2402237002976
[1]
Antonio de Ubilla y Medina, Marqués de Rivas, dejaría constancia del viaje en
su diario. Ver en: Bueno Tabernero, A.: “Viajeros Ilustres por el Camino Real
de Aragón, en el tramo Alcolea del Pinar-Embid”; Amazon, 2020.
[2]
Felipe II instauró el llamado servicio o impuesto de Millones en el año 1590,
que gravaba el consumo de vino, aceite, vinagre, jabón, carne y las velas de
sebo.
[3]
Pérez Tabernero, E; Barba Mayoral, M. I.: Historia y Tradiciones de Clares.
1999.
[4] Rubin de Noriega, Miguel; “Resumen y extracto de los sacrilegios, profanaciones, y excesos en lo sagrado, que por las informaciones auténticas, ejecutadas de orden de los Ordinarios eclesiásticos de los obispados de Sigüenza, Cuenca, Osma, y arzobispado de Toledo, se justifica haberse cometido por los soldados y tropas del Archiduque, en los más de los pueblos a donde llegaron, en las dos ocasiones que internaron en este reino de Castilla (por su desgracia) en los años de 1706 y 1710”. Madrid, 1711.
[5]
Sigüenza. El listado de los pueblos del entonces obispado seguntino mencionados
son: Barbatona, Moratilla,
Alcuneza, Cabrera, Pozancos, Alcolea, Barbolla, Torrecuadradilla, Ariza, Embid
(de Ariza), Torrehermosa, Albalate, Cubillejo de la Sierra, Cubillejo del
Sitio, Concha y Anchuela, Tortuera y Embid, Cifuentes, Sotoca, Masegoso,
Moranchel, Yela, Budia, Solanillos, Valdelagua, Valderebollo, Saelices y
Miralrío, Cogollos, Enche, Corvesin, Lodares, Jubera, Lomeda, Medinaceli,
Azcamellas, Esteras, Montuenga y Aguilar, Balbacil y Clares, Ures, Maranchón,
Villaseca, La Riba de Saelices, Esplegares, Arcos, Aguilar de Anguita y Luzón.
[6]
Vestidura o túnica de lienzo blanco que los sacerdotes, diáconos y subdiáconos
se ponen sobre el hábito y el amito para celebrar los oficios.
[7]
Vestidura blanca y corta que llevan los eclesiásticos sobre la sotana.
[8]
Frontal de altar: paramento correspondiente al costado que da a los fieles, que
puede ser de distintos materiales: tabla de madera pintada, tejidos bordados,
etc.
[9]
Lienzo fino, cuadrado y con una cruz en medio, que el preste, el diácono y el
subdiácono se ponen sobre la espalda y los hombros para celebrar algunos
oficios divinos.
[10]
Soldado puesto como vigilante.
[11]
Guido Wald Rüdiger, conde de Starhemberg (Graz, 1657 - Viena, 1737). Oficial y
militar austriaco. En la Guerra de Sucesión Española combatió en Italia y
España, y en 1708 fue declarado Comandante Supremo de las tropas austriacas en
España. Junto a James Stanhope y tras las victorias de Almenar y Zaragoza, tomó
Madrid en 1710.
[12]
Lienzo que se extiende en el altar, encima del ara, para poner sobre él la
hostia y el cáliz. Usado más en plural.
[13]
Nuestra Señora del Robusto.
[14]
Golpe que se da de plano con la espada.
[15]
Hoy no queda ninguna de ellas en pie.
[16]
Vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que
cubría el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura.
[17]
Curiosamente y como veremos a lo largo del texto, siempre son soldados
portugueses, y por lo tanto católicos, los que permiten recuperar ciertos
objetos sagrados desaparecidos.
[18]
En el término de Balbacil, hoy desaparecida.
[19]
Nuestra Señora del Lluvio, en Clares. Por estos destrozos, en las cuentas de la
iglesia de 1712 referidas a los seis años anteriores, se anotan los siguientes
gastos para reparaciones en la ermita y la casa del santero que tenía
adyacente: 104 reales por el coste y clavazón de un postigo para la ermita; 17
reales por una cerraja, 37 por una puerta para la casa del santero, 48 reales
para teja de la casa ya “que la derrotaron los soldados”, y 2 reales más para
el mayordomo por limpiar dicha casa.
[20]
Caja de cristal con cerquillo de oro o dorado, que encierra la forma consagrada
y se coloca en la custodia para la exposición del Santísimo, o que guarda
reliquias y se coloca en un relicario.
[21]
Aceite bendecido por el obispo en la
misa crismal y utilizado en diversas ceremonias religiosas.
[22]
Lienzo que se pone sobre el cáliz, cubriéndolo.
[23]
Capa pluvial confeccionada con un tejido de damasco (clase de tejido del tipo
sarga o raso).
[24]
Esclavina que cubre el pecho y la espalda, y que, abotonada por delante, usan
como señal de su dignidad los prelados, doctores, licenciados y ciertos
eclesiásticos.
[25]
Vestidura litúrgica cristiana que se pone encima del alba, cubre el cuerpo por
delante y por detrás, y lleva para tapar los brazos una especie de mangas
anchas y abiertas.
[26]
En Anchuela.
[27]
En Concha.
[28]
Cordón o cinta de seda o de lino, con una borla en cada extremo, que sirve para
ceñirse el sacerdote el alba.
[29]
Ornamento sagrado de la misma hechura de la estola, pero más corto, que por
medio de un fiador se sujetaba al antebrazo izquierdo sobre la manga del alba.
[30]
Caldero pequeño con asa en que se lleva el agua bendita para las aspersiones
litúrgicas.
[31]
En Tortuera. En 1567, la Cofradía de la Vera Cruz construyó la ermita de
Nuestra Señora de la Fuente. No fue
hasta 1716 que se comenzó a llamar Nuestra Señora de los Remedios.
[32]
En Tortuera. Se estima que esta ermita desapareció en 1890 y se ubicaba encima
del Pairón de las Ánimas o Calvario.
[33]
Piel de ternera curtida, la más fina y cara. Se usaba para tapizar asientos,
respaldos y otros objetos. La vaqueta tenía variedades y la más apreciada era
la de Moscovia, denominación tradicional en castellano que fue desplazada en el
siglo XIX por el galicismo Moscú.
[34]
En 1238, Berenguer de Entenza lideraba las tropas llegadas de Daroca, Calatayud
y Teruel al sur del Júcar tras la conquista de Valencia por Jaime I. Rodeados
por los musulmanes, Berenguer ordenó celebrar una misa a Mosén Mateo, clérigo
de Daroca. Al levantar el paño donde se guardaban seis hostias, estas estaban
empapadas en sangre. Envalentonados, los cristianos derrotaron a los
musulmanes.
[35]
El “milagro de Bolsena” se produjo durante una de las misas realizadas en la
ciudad. Según parece, el párroco encargado de la ceremonia no creía en la
transubstanciación, conocida como “la conversión del pan y vino en el Cuerpo y
Sangre de Cristo”. Es por ello que, cuando llegó el momento de consagrar la
hostia, brotó sangre de la misma y manchó sus hábitos como una señal de Dios.
Este milagro llevaría al Papa Urbano IV a instituir la festividad de Corpus Christi
en 1264.
[36]
Kroft, en 1902 aisló este pigmento y le dio el nombre de
"prodigiosina" ya que causaba tan curiosos portentos.
"Clares y alrededores. Una mirada al pasado"
"Viajeros Ilustres por el Camino Real de Aragón"
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